Si existe un pirata arquetípico ese es Barbanegra. Y todo gran pirata necesita un gran barco. Y el Queen Anne’s Revenge lo era. El buque, construido originalmente para el tráfico de esclavos entre África y América, fue el barco pirata más grande de su época. Y armado con sus cuarenta cañones, sembró el terror durante un año en todo el Caribe.

Los orígenes del Queen Anne’s Revenge son inciertos. Diferentes fuentes ubican su construcción bien en Bristol o en Nantes bautizado como Concord o La Concorde respectivamente, aunque coinciden en datar su construcción en 1710 y que en sus dos primeros años este velero aparejado como fragata (embarcación de tres palos que carga velas cuadras en cada uno de ellos) sirvió como buque mercante entre las colonias francesas y la metrópoli.
Lo que sí está bien documentado es que antes de 1713 pasó a manos del armador francés René Montaudoin. Durante más de cien años, la familia Montaudoin lideró el tráfico de esclavos francés al Nuevo Mundo desde su base en la ciudad de Nantes. Desde mediados del siglo XVII a mediados del XIX, más de doce millones de personas fueron esclavizadas en África y transportadas a América.
Aunque casi todos los puertos europeos estuvieron implicados en el tráfico de esclavos, Londres y Liverpool estuvieron a la cabeza con unos 4.900 y 2.700 viajes respectivamente. En Francia, Nantes lideró esta nefasta estadística con 1.744 viajes de los 4.200 barcos negreros que partieron del país galo, arrancando a más de 500.000 personas de su hogar para enviarlos a las colonias francesas, principalmente a las Antillas.
Y la culpa de todo es del azúcar. Llevada al Caribe por Cristóbal Colón en su segundo viaje, la primera cosecha se recogió en La Española en 1501. Su consumo pasó con el tiempo de excentricidad de las clases altas a ser habitual entre todos los estratos de la sociedad. Su explosión llegó durante el siglo XVIII. Como dato, su consumo se multiplicó por cinco en Gran Bretaña desde 1710 a 1770. Para 1750 el azúcar suponía una quinta parte de todas las importaciones europeas.
Pero su cultivo necesitaba de una mano de obra numerosa y era un trabajo muy duro que los trabajadores libres europeos se negaban a llevar a cabo, así que promovió el trabajo forzado de esclavos nativos locales o trabajadores forzosos europeos. Pero la población nativa era diezmada por las enfermedades europeas como la viruela o las africanas como la malaria y la fiebre amarilla, que también hacían estragos entre los europeos. Solo los esclavos africanos eran resistentes a estas enfermedades.

La trata de esclavos era clave en el comercio triangular atlántico, denominado así por la figura que dibujaba sobre el mapa, uniendo Europa con África, África con América y América con Europa, aprovechando la circulación circular de las corrientes y los vientos oceánicos alrededor del anticiclón de las Azores. El viaje se iniciaba en los puertos europeos (Nantes en el caso francés) con los buques cargados de mercancías de todo tipo: telas, alcohol, armas de fuego o conchas de cauri utilizadas como moneda. Los buques descendían por la costa africana hasta la zona comprendida entre Mauritania y Angola, en donde intercambiaban sus mercancías por esclavos.
Los europeos no desembarcaban. Se mantenían en sus barcos fondeados alejados de las enfermedades africanas y esperando que los soberanos locales les enviasen sus esclavos. Estos eran mayoritariamente prisioneros de guerra, pero también había otras personas acusadas de cualquier delito, como el asesinato, el robo o las deudas. Los esclavos viajaban desde el interior del continente hacia la costa a pie en largas filas, encadenados unos a otros y vigilados por guardias armados. Cuando llegaban a la costa los esclavos esperaban allí su venta, a veces durante meses. Los cirujanos de los barcos negreros comprobaban su estado: revisaban boca, genitales y músculos, y los marcaban con un hierro candente. Tras su compra procedían a su embarque.
El cruce del Atlántico, conocido en inglés como “middle passage”, duraba entre dos y tres meses. En cada barco se hacinaban entre 400 y 600 personas encadenadas de dos en dos bajo la cubierta, casi sin poder moverse. Las condiciones del viaje eran terribles, provocando todo tipo de enfermedades como la disentería, la malaria o el escorbuto. Se estima que la cuarta parte fallecían durante el viaje entre las enfermedades, los suicidios por la desesperación y los castigos por las insurrecciones. Para intentar evitar las muertes, los marineros sacaban a los esclavos a cubierta para que les diese el aire, los untaban con vinagre o los hacían bailar para desentumecer los músculos. Cuando el barco se acercaba a su destino la tripulación quitaba los grilletes a los esclavos para curar sus rozaduras, los aseaban y los alimentaban para mejorar su aspecto y maximizar el valor de su venta.

Los esclavos eran vendidos como mano de obra para las plantaciones de azúcar en las Antillas o en la costa del continente. Los barcos negreros franceses solían hacerlo en Guadalupe, Martinica o Santo Domingo. Los beneficios de la venta de los esclavos se convertían en productos producidos en las colonias como azúcar, tabaco, cacao, algodón o materiales preciosos. El azúcar se enviaba a menudo en forma de melaza y al llegar a Europa se utilizaba para producir ron. Parte de las ganancias de la venta de azúcar en el continente se utilizaban para la compra de productos para enviar a África, reiniciando el comercio triangular atlántico.
En 1717 La Concorde se encontraba en su tercer viaje como barco de esclavos a través del Atlántico, tras los de 1713 y 1715. El buque había dejado Nantes a finales de marzo y a principios de julio se encontraba en la actual Benín. Meses después el barco partió con 516 personas encerradas en sus bodegas. Tras ocho semanas de viaje, las enfermedades habían matado a 61 cautivos y 16 tripulantes, mientras otros 36 estaban gravemente enfermos. El 28 de noviembre de 1717, tan solo a unas cien millas de Martinica, La Concorde se encontró con dos balandros que sumaban 150 piratas y 20 cañones. Los franceses apenas opusieron resistencia y entregaron el barco al capitán de los piratas. Pero no era un capitán cualquiera. Se trataba del mismísimo Edward Thatch, más conocido como Barbanegra.
Si los orígenes del Queen Anne’s Revenge son inciertos, más lo son los de Edward Thatch. En función de su edad aparente cuando murió y las cartas manuscritas que se encontraron entre sus ropas se especula que nació en Bristol, en aquella época la segunda ciudad más importante de Inglaterra, en torno a 1680 en el seno de una familia acomodada. Thatch habría llegado al Caribe para participar en la guerra de la reina Ana, el teatro de operaciones de la guerra de sucesión española en Norteamérica, atacando como corsario inglés a los barcos franceses. Poco después del final de la guerra, se unió como muchos otros corsarios a los piratas de la isla de Nueva Providencia, la mayor de las Bahamas, entrando en 1716 a formar parte de la tripulación del capitán Benjamin Hornigold.

La isla se había convertido en base para piratas desde que el antiguo corsario Henry Jennings y sus seguidores se establecieron allí a principios de siglo, gracias a que si bien su puerto podía acomodar a cientos de embarcaciones, su calado era tan poco que no servía para los grandes buques de la Royal Navy. En 1713, cuando el pirata Thomas Barrow se auto proclamó Gobernador de Nueva Providencia el número de piratas doblaba a la población local de 500 personas.
Hornigold puso a Thatch al mando de uno de sus balandros mientras él capitaneaba otro. Durante la primera mitad de 1717 se dedicaron a atacar y saquear diferentes barcos, y aunque en octubre su flota era ya cuatro embarcaciones, la retirada de la piratería de Hornigold en busca del perdón real redujo la flota a la mitad. Los actos de piratería perpetrados ese año ya le habían granjeado a Thatch su famoso apodo, Barbanegra. Sus oscuras ropas cargadas de armas y su larga y espesa barba se completaban con un gran sombrero. Consciente de que el miedo podía ser más poderoso que la violencia, la teatralidad de Thatch le llevaba completar su figura alta y fuerte con cerillas encendidas bajo su sombrero para envolver su figura en humo, como un demonio salido del infierno.
Cuando en noviembre de ese año Barbanegra capturó La Concorde, la armó con 40 cañones y la convirtió en su buque insignia renombrándola como Queen Anne´s Revenge, nació la leyenda. Durante siete meses el pirata y su tripulación de 300 hombres a bordo del barco pirata más grande de su época camparon a sus anchas en los mares entre Honduras y la costa de Virginia, atacando a buques holandeses, ingleses y portugueses. Incluso llegaron a enfrentarse y forzaron la retirada de un buque de la Royal Navy, el HMS Scarborough. Una de sus acciones más famosas fue el bloqueo del puerto de Charleston en mayo de 1718 durante una semana, amenazando con los cañones del Queen Anne´s Revenge a los habitantes de la ciudad y saqueando a todo barco que intentaba entrar o salir del puerto.
Tras el bloqueo de Charleston, Barbanegra y el Queen Anne´s Revenge pusieron rumbo al norte, hacia la costa de Carolina del Norte, buscando un lugar seguro donde carenar el casco del navío. Pero el 10 de junio el buque encalló en los bancos de arena del canal de Beaufort, rompiendo el palo mayor y dañando gravemente el casco. Aunque intentaron recuperarlo con la marea alta, los daños en el barco eran irreparables. Barbanegra tomó la decisión de trasladar su carga a otro barco de su flota y abandonar allí mismo al Queen Anne´s Revenge.
Sin su barco, Thatch no duró ni medio año más. Aunque había conseguido un perdón de Charles Eden, gobernador de Carolina del Norte, mientras trabajase para él como corsario y repartiera sus ganancias, el gobernador de Virginia, Alexander Spotswood, estaba decidido a acabar con la piratería en la zona. En noviembre de 1718 envió una flota de cuatro barcos mandada por el teniente Robert Maynard a la caza del pirata. Emboscados en la bahía de Ocracoke y superados ampliamente en número, los piratas fueron cazados y exterminados el 22 de noviembre.
Cara a cara, Maynard y Thatch dispararon sus pistolas. Maynard acertó y Thatch falló. Tras tirar sus pistolas y sacar sus espadas, Thatch fue capaz de romper la de Maynard por su empuñadura y cuando estaba a punto de asestar un golpe mortal, fue alcanzado por un marinero de la Royal Navy que le produjo un corte en su cara e hizo que fallara su ataque. Malherido, Barbanegra recibió hasta veinticinco estocadas. Una vez muerto, Maynard ordenó decapitar su cadáver y colgó la cabeza de Barbanegra en el bauprés de su nave como trofeo. A la llegada a Virginia, fue colocada en un poste a la entrada de la bahía de Chesapeake como advertencia a otros piratas. Allí permaneció durante años.
Perdido durante siglos, el pecio del Queen Anne´s Revenge no apareció hasta 1996. El 21 de noviembre de ese año el director de operaciones de la empresa cazatesoros Intersal, Mike Daniel, y el arqueólogo marino David Moore encontraron los restos del buque cerca del canal de Beaufort. Desde ese día hasta hoy se han recuperado del fondo del mar hasta treinta cañones y más de 300.000 objetos de la época. En 2004 el pecio del buque fue añadido al Registro Nacional de Lugares Históricos de los Estados Unidos, el registro oficial que lista distritos, lugares, edificios, estructuras u objetos que se consideran que merecen ser preservados por sus valores históricos.

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Juan A Oliveira es Ingeniero Técnico Naval por la Universidade da Coruña y MBA por la UNIR. Con más de 20 años de experiencia en el sector naval, desde 2013 edita y coordina el blog vadebarcos.net. Puedes conectar con él a través de LinkedIn.
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