Si en el mes de noviembre nos sorprendía la noticia del hallazgo por parte de buceadores de la WWF (World Wild Fund for Nature) de una máquina Enigma en el mar Báltico, hace unos días la sorpresa era mayor tras la aparición de seis más de estos ingenios en el mismo mar. Ahora se cree que podría haber muchas más en los fondos de estas aguas.
La Segunda Guerra Mundial nos dejó, además del horror, un montón de historias que contar. Si hace poco hablábamos de la WATU, que ayudó con su juego de guerra a ganar la batalla del Atlántico contra los submarinos alemanes, hoy les toca el turno a las criptoanalistas.
Encontramos en este selecto grupo una serie de nombres más o menos conocidos, pero relevantes cada uno de ellos, a su manera, que trabajaron en diversos programas, incluso más allá del final de la contienda.
Podríamos comenzar hablando de Elizebeth Smith Friedman (1892-1980), considerada la primera criptoanalista norteamericana. Su historia, como la de casi todas sus compañeras de “profesión”, no es una historia al uso.

Comenzó a trabajar en el único laboratorio capaz de realizar criptoanálsis en los Estados Unidos (Riverbank Laboratories) en aquel momento (1916) tras haberse graduado en literatura inglesa, pero lo hizo con un propósito bastante curioso: intentar demostrar que Francis Bacon había escrito las obras de teatro y los sonetos de Shakespeare buscando códigos ocultos en la obra de éste, fin que pretendía alcanzar el dueño de los laboratorios, George Fabyan.
En 1921, Elizebeth y su marido, William Friedman, también criptoanalista, se pusieron a disposición del Departamento de Guerra en Washington, de donde pasarían a la Marina en 1923 y, posteriormente, a Oficina de Prohibición del Departamento del Tesoro. Allí, Elizebeth contribuiría durante la Ley Seca y la Segunda Guerra Mundial a destapar redes de contrabando, narcotráfico y espías, que pretendían promover levantamientos fascistas en América del Sur, topándose con estos últimos por sorpresa mientras descifraba a los primeros.
Tras la guerra, Elizebeth pasó a trabajar para el Fondo Monetario Internacional, creando sistemas de comunicación seguros, y volvió a estudiar a Shakespeare, su gran pasión, demostrando que sus obras eran realmente suyas.
Sin embargo, su historia pasó inadvertida durante décadas porque en 1944, J. Edgar Hoover, primer director del FBI, elaboró una campaña en la que aseguraba que su organización era la única responsable de haber ganado esta guerra invisible. Más tarde, la NSA incluyó al matrimonio en su salón de la fama, otorgándole su nombre a uno de sus edificios. Ahora su país natal se redime rindiéndole un merecido homenaje a Elizebeth, bautizando el undécimo cutter de la US Coast Guard con su nombre.

También en la época de la Primera Guerra Mundial encontramos la historia de Agnes Meyer Driscoll (1889-1971), quien en 1918 se alistó en la Marina y fue asignada por sus capacidades a la sección de Códigos y Señales en la Dirección de Comunicaciones Navales, pues contaba con estudios de música, matemáticas, física y lenguas extranjeras y siempre había sobresalido en las asignaturas de las ramas técnicas.
Al contrario que Elizebeth, Agnes estaba más especializada en el diseño de sistemas de cifrado que en descifrar mensajes, aunque también descifró un gran número de sistemas navales japoneses durante los años 20 y 30 del Siglo XX, lo cual ayudó a los Estados Unidos a ganar la batalla de Midway en 1942. Su aportación más importante quizá fuese el descifrado del código JN25, el más complejo y más ampliamente empleado por la Armada Imperial Japonesa.
Tras un grave accidente en 1937 que la mantuvo apartada de sus cometidos durante un año, Agnes pasó a estar “obsoleta” frente a compañeros con menos experiencia, que despectivamente le llamaban Madame X.
Si bien fue asignada al proyecto Enigma, no pudo hacer grandes aportaciones en el mismo por la negativa de su país de colaborar con Gran Bretaña. Aun así, permaneció en la Marina hasta 1949, cuando se retiró y dedicó sus últimos años a su familia.

Trabajando en descifrar los códigos Japoneses también se encontraba Ann Zeilinger Caracristi (1921-2016), quien trabajó en la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) durante cuarenta años, desde la Segunda Guerra mundial hasta una gran parte de la Guerra Fría.
Tras graduarse en Literatura e Historia, fue contratada por IBM por recomendación del decano para trabajar para la Inteligencia de Señales del Ejército. Comenzó trabajando como administrativa, pero pronto fue ascendiendo hasta ser trasladada a Washington como criptoanalista, donde su trabajo era descifrar los códigos empleados entre la Armada Imperial Japonesa y la flota mercante, siendo ella y sus colegas de los primeros en enterarse de que Japón planeaba rendirse.
Tras la guerra, fue contratada por una agencia que después formaría parte de la NSA, donde tuvo una carrera meteórica y llena de logros, siendo de las primeras mujeres en alcanzar varios de los rangos más altos, y siendo la primera mujer Directora Adjunta de la NSA (1980-1982), puesto que hasta el día de hoy solamente ha ostentado otra mujer, Barbara A. McNamara, entre los años 1997 y 2000, según la web oficial de la agencia.
Ayudó a implantar los primeros ordenadores para el criptoanálisis y fundó un laboratorio para estudiar nuevos fenómenos de comunicación, recibió un grado honorario por la National Intelligence University, donde un premio académico anual lleva su nombre, y también su nombre fue asignado a uno de los premios otorgados por el Naval Intelligence Professionals.

Mientras tanto, al otro lado del Atlántico, en Bletchley Park, unas 8.000 compañeras de fatigas hacían lo propio. La mayoría de ellas se dedicaban a descifrar códigos de distinta naturaleza, pero muy pocas llegaban a ser criptoanalistas. Entre estas últimas se encontraban Joan Clarke y Rosalind Hudson a las órdenes de Alan Turing, y Mavis Lilian Batey y Margaret Rock a las órdenes de Dilly Knox, que trabajaron en el descifrado del código de la máquina Enigma con grandes resultados.
Joan Elisabeth Lowther Clarke Murray (1917-1996) fue una estudiante brillante que consiguió una beca para estudiar matemáticas en Cambridge. A pesar de terminar la licenciatura en 1940, nunca recibió tal título ya que la institución no expidió licenciaturas a mujeres hasta 1948.
Aun así, uno de sus profesores sí supo ver su gran valía, y la reclutó para trabajar en el “Government Code and Cypher School” (GCCS). Joan Clarke llegó a Bletchley Park el 17 de junio de 1940 y, aunque al principio desarrollaba trabajos de bajo nivel, pronto pasó a ser una de las criptoanalistas del centro.
No mucho más tarde fue asignada a la sección Hut8, liderada por Alan Turing, en la que se peleaba por descifrar el código de la Enigma de la Kriegsmarine, llamado Dolphin y considerado el más complejo de todos los códigos Enigma, por medio de una nueva técnica de descifrado, objetivo que consiguieron.
En 1947 fue nombrada Miembro del Imperio Británico y permaneció en su puesto, llegando a ser responsable del Hut8, hasta 1977. Pero su camino no estuvo exento de discriminaciones: cobraba menos que sus compañeros, su única opción de mejorar su salario pasó por un ascenso a “lingüista” ya que el puesto de criptóloga no existía a nivel oficial en Reino Unido, y durante años tuvo muy escasas oportunidades de promoción. El final de sus días, tras retirarse, lo dedicó a la numismática, campo donde también cosechó éxitos.

Sobre su compañera de equipo Rosalind Hudson (1926-2013), que fue destinada a Bletchley Park tras haber sido entrenada en las WRNS, apenas se encuentran datos, más allá de su amor por la arquitectura, su profesión de florista tras la guerra y sus facetas como pianista y acuarelista amateur.
El paso de Mavis Lilian Batey (1921-2013) por Bletchley Park no fue tan largo como el de Joan Clark, pero fue igualmente productivo. En su caso, trabajando en el equipo de Dilly Knox, intentaban también romper el código de la Enigma.
Mavis llegó al centro, también, en 1940, con solo 19 años, tras haber sido reclutada con anterioridad por el Gobierno por sus conocimientos de alemán, ya que estudiaba Romanticismo Alemán en Londres en el momento del inicio de la guerra.
Sus aportaciones fueron clave para romper el código de la Enigma empleado por la Marina Italiana. Mavis descubrió un error de cifrado propio de la naturaleza del funcionamiento de la máquina al encontrarse con un mensaje que no contenía ni una sola letra L.
Asumiendo que ese debía ser un mensaje de prueba para comprobar las claves criptográficas de las máquinas y que éstas se cambiaban a diario, consiguió descifrar un mensaje que decía “Hoy es el día menos tres”. El equipo trabajó a lo largo de esos tres días más intensamente hasta toparse con un mensaje de mayor extensión que constituía el plan de ataque de la Batalla de Matapán.

Mavis también consiguió descifrar los códigos empleados por los servicios de inteligencia (Abwehr) y de espionaje (GGG) de Alemania. Con los códigos descifrados de la Abwehr y el GGG, los Aliados pudieron contar con una ventaja notable que allanaría el camino al éxito del desembarco de Normandía, ya que hicieron creer a Alemania, por medio de agentes dobles, que éste se produciría en Pas de Calais. Descifrando sus mensajes cifrados, supieron que Alemania lo creía firmemente.
Tras la guerra, Mavis se retiró y se centró en conservar y valorizar jardines históricos, trabajo que le valió varios reconocimientos, incluido su nombramiento como Miembro del Imperio Británico. También escribió varios libros, casi todos sobre jardinería histórica, pero quizás el que más destaca sea el que versa sobre su jefe en Bletchley Park, Dilly Knox.
Su compañera Margaret Rock (1903-1983), de la que tampoco se sabe mucho aunque se cree que pudo ser su hermano paracaidista quien la introdujo en el mundo de la codificación, era la mayor de las criptoanalistas.
Estaba especializada en los códigos alemanes y rusos, y Dilly Knox la consideraba la cuarta o quinta mejor de todo el equipo dedicado a la máquina Enigma, y así lo trasnmitió en alguna de sus cartas a la oficina central, en la cual también indicaba que Mavis Batey le parecía la mejor, y pedía que su nombre fuese considerado en posibles opciones de ascenso. Margaret, por su parte, fue ascendida a “lingüista”, al igual que Joan Clarke. Una vez terminada la guerra, continuó trabajando para el gobierno británico en distintos puestos hasta que se retiró en 1963.
La Segunda Guerra Mundial sigue siendo fuente inagotable de relatos y documentales. No fue una guerra al uso, se pasó del uso de la fuerza al uso de la inteligencia y el desarrollo tecnológico a niveles nunca antes vistos, donde las mujeres tuvieron la oportunidad de demostrar su valía y sumar grandes logros. Lo que no sabemos, al tratarse en este caso de servicios de inteligencia, es qué más detalles nos pueden quedar por conocer, ya que el trabajo de todas ellas fue clasificado como Secreto Oficial, y no pudieron hablar en vida sobre él.
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Laura Alonso es Ingeniera Naval y Oceánica por la UDC. Viguesa de nacimiento, Ferrolana de adopción. Dedicada al Apoyo Logístico Integrado, la Gestión de la Innovación y el continuo aprendizaje por vocación. Puedes conectar con ella a través de Twitter o LinkedIn.
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Muy bien…
Gustavo woltmann…
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Gracias Gustavo!
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Reblogueó esto en navegaresprecioso.
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Gracias! 😊
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