Piratas. Su mundo siempre ha estado rodeado de cierto halo de misterio. La realidad y la leyenda se mezclan en la narrativa de aquellas grandes aventuras en todos los mares. Si pensamos en piratas, tendemos a imaginarnos a rudos y aguerridos caballeros de largas barbas y descuidado aspecto con mucho accesorio y algún que otro garfio pero, aunque menos conocidas y reconocidas, a lo largo de los siglos también hubo mujeres de multitud de naciones dedicadas a la vida pirata, bien al margen de la ley, o bien como corsarias.
Más allá de las míticas Anne Bonny y Mary Read, fuente de inspiración para novelas de todo tipo, obras de teatro, series e iconos del movimiento gay, nos encontramos con historias de mujeres piratas desde el siglo XIV. Algunas de las primeras a las cuáles se encuentra referencia son Malika Fadel ben Salvador y Jeanne de Belleville, corsarias española y francesa respectivamente, y Grace O’Malley algo más tarde en el tiempo. Las tres tienen en común que lucharon contra los asedios que las coronas correspondientes ejercían sobre sus lugares de origen.
Malika Fadel ben Salvador fue una navegante y corsaria española nacida en Almería en 1302 y fallecida en la década de 1350. Aparte de eso, poco más se sabe a ciencia cierta sobre ella, pero, de lo poco que se conoce, cabe destacar que construyó un palacio para su esclava egipcia, a quien había salvado de la ablación en Alejandría, y que capitaneó tres bajeles con sus correspondientes tripulaciones.
Nacida en una buena familia de Almería, quedó huérfana muy pequeña, en el asedio de Jaime II de Aragón a la ciudad en 1309, quedando entonces a cargo de su abuelo, Ibn Fadel, un poderoso comerciante que practicaba el corso en nombre del todopoderoso Emirato Marino Independiente de Pechina, y que ayudó a la población almeriense en los tiempos difíciles del asedio.

Su abuelo llegó a hacerla su esposa para evitar que sus acólitos se acercasen a ella, y le fue cediendo el cargo de sus propiedades hasta que en su lecho de muerte, en 1329, la nombró capitana de su flota. Se dice que Malika se hacía acompañar de un gran eunuco negro para su protección personal y que siempre se distinguió por su valentía y arrojo en la lucha, pero también por su extrema crueldad.
Malika pereció junto con su esclava egipcia en un ataque sorpresa del almirante franco-catalán Moreau de Perellós, que asaltó la flota de la almeriense para arrebatarle su cargamento a pesar de la tregua firmada por Castilla y el Reino de Granada.
Por su parte, Jeanne de Belleville, conocida también como Jeanne de Clisson y apodada la tigresa bretona o la Dama de Clisson (1300- 1359) fue una noble francesa que se convirtió en corsaria en el siglo XIV para vengar la muerte de su marido, Olivier IV de Clisson, luchando contra el rey de Francia, Felipe VI en aquel momento, en los albores de la guerra de sucesión de Bretaña.
A los 12 años la casaron con Geoffroy, señor de Chateaubriant, con quien tuvo dos hijos. Geoffroy murió en 1326, y en 1330 Juana contrajo segundas nupcias con Olivier IV de Clisson, con quien tuvo otros cinco hijos. Olivier fue condenado en el año 1343 a la decapitación por felonía por el rey Felipe VI. Mientras participaba en un torneo, fue arrestado y llevado a los tribunales de París, su cuerpo fue colgado en París, y su cabeza fue enviada a Nantes y expuesta sobre una pica en una puerta de la ciudad. Jeanne no pudo perdonar. Juró vengarse e hizo jurar a sus hijos Guillaume y Olivier que vengarían la muerte de su padre.

Decidió emplear su fortuna para levantar un ejército que acosase a las tropas del rey. Amenazada en tierra, mandó armar dos navíos para llevar a cabo, siempre acompañada de sus dos hijos, una guerra marítima en contra de los navíos comerciales franceses. Tras algunos combates, sus barcos cayeron en manos francesas pero Juana consiguió huir con sus hijos.
Después de cinco días a la deriva, Jeanne y Olivier lograron sobrevivir y refugiarse en Inglaterra. Allí fueron tratados como nobles, Jeanne se volvió a casar y, tras la Guerra de Sucesión de Bretaña, Olivier V de Clisson pudo recuperar los derechos perdidos sobre los feudos de su padre.
Más famosa que ellas fue Grace O’Malley, también conocida como Gráinne O’Malley. Grace nació en torno a 1530 en Irlanda, siendo rey de Inglaterra Enrique VIII. En aquella época, Irlanda era un territorio algo olvidado por el gobierno inglés, lo que permitía a los Nobles gaélicos y sus familias vivir con cierta independencia. Sin embargo, Enrique y sus sucesores decidieron recuperar el control de la isla.
Los O’Malley controlaban la mayor parte de lo que hoy es Murrisk. Eran una familia costera que cobraba impuestos a todos aquellos que pescaran en sus territorios, incluyendo pescadores ingleses. Desde joven, Grace estuvo involucrada en el comercio internacional y los barcos. Probablemente aprendió el negocio de su padre, que era un navegante que se dedicaba al comercio internacional. Cuenta la leyenda que, de niña, Grace deseaba ir en una expedición a España con su padre que, para disuadirla, le dijo que no podía ir porque su cabello largo se enredaría con los cabos del barco. Grace se cortó casi todo el cabello para convencer a su padre de que la llevara, por lo que se ganó el nombre de «Gráinne Mhaol» (en gaélico maol significa calvo o con cabello muy corto).
Grace tuvo una vida intensa, no exenta de polémicas. Como en la ciudad de Galway había nuevos impuestos a las naves que comerciaran ahí, Grace decidió hacer un impuesto similar a las naves que viajaran por las aguas de las tierras donde se encontraba el castillo de su primer marido. Sus barcos podían parar y abordar a los barcos mercantes y exigirles dinero o parte de sus mercancías a cambio de un paso seguro hasta Galway. La resistencia era combatida con violencia e incluso con la muerte. Una vez que obtenían su pago, los barcos O’Flaherty (el marido de Grace) desaparecían en alguna de las muchas bahías en el área.

Sin duda su mayor hazaña tuvo lugar a finales del siglo XVI, cuando dos de sus hijos y su medio hermano fueron capturados por el gobernador inglés de Connaught, sir Richard Bingham. Grace zarpó a Inglaterra para pedirle a Isabel I su libertad. En ese encuentro, Grace se negó a reverenciar a Isabel porque no la reconocía como Reina de Irlanda y quería demostrárselo.
Las dos mujeres llegaron a un acuerdo tras proponer Isabel retirar a Bingham de su cargo y prometer Grace que las rebeliones y piratería contra Inglaterra habían terminado. Su discusión fue llevada a cabo en latín, pues Grace sabía muy poco inglés y la reina no hablaba gaélico. Tras un tiempo en el que parecían cumplirse los términos del acuerdo, los desencuentros como consecuencia del incumplimiento del mismo por parte de la reina se hicieron presentes, y Grace volvió a la rebelión, dirigiendo sus ataques a los «enemigos de Inglaterra» durante la Guerra de los Nueve Años irlandesa.
Años más tarde encontramos muchas más historias hasta llegar al día de hoy, la mayoría de ellas muy adornadas por los autores de las grandes novelas de aventura, a veces de tal modo que no se sabe a ciencia cierta si alguno de los personajes existió realmente o es del todo ficticio, como puede ser el caso de Charlotte de Berry o Jacquotte Delahaye, consideradas personajes de ficción, o de la francesa Anne Dieu-Le-Veut, bucanera originaria de la Bretaña francesa, considerada real, pero en cuya historia se encuentran tantas variaciones que sería difícil afirmar qué hechos fueron tan reales como su existencia.
De quien sí se tiene constancia es, por ejemplo, de Ingela Olofsdotter Gathenhielm, corsaria al servicio del rey Carlos XII de Suecia durante la Gran Guerra del Norte junto a su marido, que había obtenido en 1710 permiso del rey para atacar naves de naciones enemigas en el mar Báltico y vender las mercancías. Tras haber hecho una gran fortuna, fue hecho Noble en 1715. A su muerte, Ingela, que se cree siempre había sido el cerebro tras las operaciones, asumió el mando de su pequeño imperio.

Otra de las grandes figuras de la piratería fue Zhèng Shì, una famosa pirata china que comandó una de las flotas más grandes de la historia durante el siglo XIX, que resultó ser una verdadera revolucionaria en las formas. Durante su mandato sobre su flota, llegó a elaborar un código de leyes que exigía la obediencia plena a los líderes de la flota pirata. Según esta ley, si una aldea había ayudado regularmente a los piratas, era un crimen capital saquear a sus habitantes. También era un crimen capital violar a las mujeres que eran hechas prisioneras, o robar del tesoro común. El final de sus días transcurrió tranquilo tras haber pedido el perdón de su país tanto para ella como para su flota.
Sus historias seguirán inspirando ensayos, novelas, obras de teatro, películas y series. Seguirán haciendo soñar a los más pequeños con esas grandes aventuras…pero siempre teniendo en cuenta que no fueron solo ellos quienes escribieron la historia. Al lado siempre han estado ellas.
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Laura Alonso es Ingeniera Naval y Oceánica por la UDC. Viguesa de nacimiento, Ferrolana de adopción. Dedicada al Apoyo Logístico Integrado, la Gestión de la Innovación y el continuo aprendizaje por vocación. Puedes conectar con ella a través de Twitter o LinkedIn.
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Fabuloso artículo.
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Gracias por tus palabras como siempre, Roberto, y por valorar nuestro trabajo.
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Tenía una sola referencia, pero es famosa:
«La viuda Ching, pirata» de Jorge Luis Borges,
en la «Historia universal de la infamia».
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Juan Manuel, desconocía esa versión de su historia, y ese libro de Borges. Tiene buenísima pinta, como todas tus recomendaciones! Gracias por tu comentario!
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