El tesoro de los galeones de Rande y sus barcos con ruedas, los dos grandes fracasos de Ernest Bazin, el mayor inventor francés de todos los tiempos


La segunda mitad del siglo XIX fue una época de revolución en la ingeniería naval. El auge de los viajes trasatlánticos provocó una búsqueda imparable de diseños más rápidos a través de nuevas formas del casco, nuevos materiales como el acero o nuevas formas de propulsión como la hélice. Para que algunos de ellos fueran exitosos, muchos tuvieron que fracasar. Y este es un caso de los últimos. Ernest Bazin, “el Edison francés”, desarrolló a finales de siglo un concepto revolucionario de buque rodante, que compitió en desgracia con su intento de recuperar el tesoro de los galeones de Rande unos años antes.


Nacido en Angers en 1826, el ingeniero, inventor e industrial Ernest Bazin fue uno de los mayores genios de su época. A la temprana edad de 15 años, su padre Nicolas lo embarcó en un mercante en el puerto de Nantes en el cual el joven Ernest navegó durante una década los mares del mundo, satisfaciendo su curiosidad con conocimientos geográficos, científicos y marítimos. Bazin comenzó a destacar a su vuelta a Angers por su facilidad para la invención. Su primera patente, un dirigible, llegó en 1851. Después, un arado eléctrico, una cortadora de verduras, una cafetera hidrostática, una maquinilla de afeitar por calor, una pistola eléctrica o una perforadora tubular. 


El inventor se trataba de un clásico producto de su tiempo fascinado por la idea del progreso. Entre 1858 y 1868 inventó una cama neumática, una prensa de ladrillos, una lámpara de seguridad para el trabajo en las minas, un locómetro automático para determinar la velocidad de un barco o un telar para cáñamo y aloe, desarrollado en Inglaterra en donde había sido invitado a residir por los empresarios locales. Este último invento le valió la concesión de la Legión de Honor. Su fama era tan grande que se codeaba con personajes de la época como el emperador Napoleón III, los reyes de Bélgica o el Gran Duque Constantino de Rusia. Incluso su paisano Julio Verne se inspiró en sus trabajos para alguna de sus novelas.



Y la inspiración vino también de vuelta. En 1870, en el capítulo “La bahía de Vigo” de su novela “Veinte mil leguas de viaje submarino”, Verne relataba como el 18 de febrero de 1868 el Nautilus del capitán Nemo se adentraba en las aguas de la ría de Vigo para rescatar parte de los tesoros de los galeones hundidos durante la batalla de Rande del 23 de octubre de 1702, que en el contexto de la guerra de sucesión española enfrentó a las escuadras de las coaliciones anglo-holandesa e hispano-francesa y en la que varios galeones españoles cargados con el mayor envío de tesoros procedentes de América acabaron en el fondo del mar, arrastrando con ellos sus preciados cargamentos.


Quizá alentado por el escritor francés, Bazin, en lo más alto de su fama, emprendió la campaña más ambiciosa de su vida: encontrar y recuperar el magnífico tesoro de los galeones hundidos en Vigo. Para ello utilizaría algunos de sus últimos inventos, como una lámpara eléctrica submarina o una campana sumergible. Tras una campaña de exploración para reconocer el fondo de la ría en la que se encontraron los esqueletos de diez galeones y se extrajeron cinco lingotes de plata pura, Bazin creó la “Sociedad de Empresa del Rescate de los Galeones de Vigo” con el fin de rescatar todas las riquezas del pecio. 

Durante la primera mitad de 1870 el inventor francés, a bordo del bergantín “Le Vigo”, trazó el primer plano submarino de la bahía de San Simón, ubicando los restos de los diez galeones y extrayendo todo lo que pudieron: cañones, anclas, o pequeños objetos de más curiosidad que valor, además de otros sesenta kilos de plata. Las piezas recuperadas fueron expuestas en junio de 1870 en la rúe de Morny de París, consiguiendo una gran repercusión en la capital francesa. Tanta, que dos años después una nueva expedición partió hacia Galicia equipada con grúas mecánicas, bombas, nuevos equipos de buceo y otros aparatos eléctricos, muchos de ellos también patentados por el propio Bazin. 


Esta nueva campaña revolvió todo el fondo de la ría. Lodo, maderas y… restos humanos. Porque los galeones hundidos eran también la tumba de muchos marinos españoles, algo similar a lo ocurrido no hace mucho en el pecio de la Mercedes. Tres años después el inventor francés exponía de nuevo en París lo recuperado en Rande: poleas, muebles, monedas, botellas o un juego de ajedrez. Pero apenas oro o plata. Sin rastreo de los fabulosos tesoros hundidos, Bazin tuvo que recurrir a vender a coleccionistas privados casi todo lo que había recuperado para poder hacer frente a las deudas adquiridas en el proyecto al retirarle el gobierno español la concesión de explotación del pecio en 1874.

Tras el fracaso de Rande, Bazin volvió a lo que mejor se le daba: inventar. El final del siglo XIX estuvo plagado de grandes innovaciones en la ingeniería naval. Brunel, Froude o Plimsoll estaban redefiniendo el mundo, cada uno a su manera. Y en un momento de esplendor de la navegación trasatlántica, Bazin creyó encontrar la forma de cruzar el charco de la manera más rápida posible. Si el principal freno de un barco es su resistencia al avance en el agua, Bazin sacaría al barco del agua. Para ello, diseñó un híbrido entre el hidroala y los buques de paletas. Colocaría seis gigantescas ruedas bajo el casco que lo elevarían por encima del agua y servirían como medio de propulsión, dando la flotabilidad necesaria para no hundirse y reduciendo la superficie en contacto con el agua para reducir al mínimo la resistencia al avance. Bazin elucubraba que su buque rodante podría alcanzar los 32 nudos, en una época en que la velocidad media del cruce del Atlántico rondaba los 20. Incluso soñaba con una versión gigantesca que pudiese llegar a los 47 nudos.


Una primera maqueta de su nuevo invento fue expuesta en la “Exposition internationale des industries maritimes et fluviales” de Paris de 1875. Años de estudio y pruebas finalizaron el 24 de octubre de 1893 cuando Bazin obtuvo la patente de su buque rodante en los Estados Unidos. El 19 de agosto de 1896 su primer prototipo, el «SS Bazin», era botado en Saint-Denis. El barco, de 39 metros de eslora, doce de manga y capacidad para cien pasajeros, se mantenía a flote sobre seis ruedas de 10 metros de diámetro y tres metros y medio de espesor en su eje, colocadas tres en estribor y otras tres en babor. Sobre las ruedas y a cuatro metros sobre el nivel del mar, se encontraba la estructura que albergaba la propulsión y la habilitación.


El extraño artefacto navegó hasta el puerto de El Havre, en donde tuvieron lugar sus pruebas de mar. De ser satisfactorias, la idea de Bazin era construir un nuevo buque de cuatro pares de ruedas para cubrir la línea entre el puerto francés y la ciudad de Nueva York. Pero el entusiasmo generado por el último invento del genio galo pronto se vio ensombrecido por la cruda realidad. El nuevo barco se demostró inestable y difícil de maniobrar. Pero lo peor era que las ruedas, al girar en el agua, levantaban una considerable cantidad de esta, casi como un molino de agua, ralentizando su movimiento y aumentando su peso. Para avanzar, el buque necesitaba mucha más potencia de la estimada por Bazin. Los 32 nudos esperados apenas eran siete, pero a un coste de combustible gigantesco. El plan para cruzar el canal de La Mancha en 1897 fue rápidamente cancelado. Bazin había invertido unos 100.000 dólares de la época en su nuevo barco. Apenas pudo recuperar unos pocos miles tras venderlo como chatarra. El buque acabó sus días desguazado en Liverpool en 1899.

A finales de 1897, Bazin anunció que había encontrado la solución a los problemas del buque, pero pocas semanas después, el 21 de enero de 1898, falleció arruinado en su casa de la rue Guillaume-Tell de París. Su idea del barco rodante fue abandonada, aunque no para siempre. En 1919, el inventor americano A.J.Haskins inició una campaña para financiar su “Aero-Marine Locomotive”, una embarcación sobre rodillos, aunque desapareció con el dinero y nunca más se supo ni de él ni de su invento.


Y en los años 30, la popular publicación científico-tecnológica “Modern Mechanix” mostraba un nuevo y fantasioso diseño capaz de alcanzar los 85 nudos de velocidad. Pero hasta hoy en día solo hemos tenido un barco rodante, el «SS Bazin» de 1896. Aunque para ser pulcros, teniendo en cuenta que las iniciales “SS” vienen de “Screw Steamer”, es decir, vapor a hélice, quizá sería más adecuado hablar del RS (“Roller Steamer”, vapor a ruedas) Bazin.


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Juan A Oliveira es Ingeniero Técnico Naval por la Universidade da Coruña y MBA por la UNIR. Con más de 20 años de experiencia en el sector naval, desde 2013 edita y coordina el blog vadebarcos.net. Puedes conectar con él a través de LinkedIn.

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