Hace unos años, en 2007, la compañía cazatesoros Odyssey Marine Exploration copaba telediarios por estar saqueando un pecio español. Se trataba de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes, que la Marina Real británica hundió a cañonazos el 5 de octubre de 1804, a 30 millas náuticas del cabo de Santa María de Portugal, en lo que hoy son aguas internacionales.
El ataque, que tuvo lugar violando el Tratado de la Paz de Amiens, tuvo como resultado la explosión de la fragata, que conllevó la muerte de 275 tripulantes, y la pérdida de un enorme cargamento de oro, plata y cobre, que se hundieron a unos 1.130 metros de profundidad.

Odyssey expolió 600.000 monedas de esa carga, que España recuperó posteriormente en los tribunales estadounidenses. Sin embargo, como revelaron las actas del congreso internacional Archaeology: Just Add Water, celebrado en Varsovia en 2019, la compañía dejó atrás un segundo tesoro compuesto por centenares de piezas que ya han vuelto a España y están siendo restauradas a la espera de ser expuestas.
En 2014, el Museo Nacional de Arqueología Subacuática (ARQUA) de Cartagena, dependiente del Ministerio de Cultura, propuso que se excavase científicamente el pecio. Algo totalmente novedoso a tales profundidades: las otras dos o tres ocasiones en las que se había trabajado por debajo de los 500 metros, el trabajo de campo se limitada a filmar y fotografiar.
El museo planteaba que era posible hacer una excavación si se aunaban esfuerzos, y por ello plantearon involucrar al Instituto Español de Oceanografía (IEO) y a la Armada como institución observadora.

En verano de 2015, zarpó de Cartagena el buque oceanográfico del IEO Ángeles Alvariño para llevar a cabo la primera expedición conjunta. La primera inmersión del ROV mostró que los restos estaban muy dispersos debido a la explosión y a las técnicas empleadas años atrás por Odissey, por lo que solamente se recabaron masivamente evidencias gráficas en forma de fotografías y vídeos.
El proceso se repitió en los veranos de 2016 y 2017, y en esta última también colaboró el Centro de Investigaciones Científicas (CSIC), con su buque Sarmiento de Gamboa. Los batiscafos detectaron esta vez “miles de objetos enterrados bajo el fondo marino (…) de cañones de bronce a vajillas de oro y plata” con un valor “científico y museístico incuestionable”, como señalaba el informe del director del ARQUA y del proyecto, Iván Negueruela.
Pero, ¿cuál fue el origen de la arqueología subacuática tal como hoy la conocemos?
Honor Frost fue una mujer polivalente, hizo un poco de todo durante su larga vida, pero lo más relevante y que mayor legado nos dejó, llegó a ella de forma accidental: el amor por el buceo y su aplicación a la arqueología.
Honor nació en Nicosia, Chipre, el 28 de octubre de 1917 y pronto pasó a estar bajo la custodia de Wilfred Evill, un rico abogado y coleccionista de arte de Londres, tras quedarse huérfana a muy corta edad. Estudió artes, fue escenógrafa en una compañía de ballet y editora en la Tate Britain.

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Pero según contaba en su primer libro Under the Mediterranean, travels with my bottle (1963), su vida cambió en los años 50 cuando, en la fiesta que un amigo daba en su mansión del siglo XVII en Wimbledon Hill, le ofrecieron un traje de buceo de la Segunda Guerra Mundial para bajar al pozo del jardín. Honor se sumergió y quedó maravillada por la sensación de moverse bajo el agua y, en particular, por la visión de las hojas moviéndose a su alrededor. En ese momento comenzó su devoción por los descubrimientos submarinos, que daría lugar a una prolífica carrera como arqueóloga submarina.
Pronto se unió al club Alpin Sous-Marin en Cannes y, una vez convertida en una experimentada buceadora, trató de trabajar con el archiconocido y reconocidísimo Jacques Cousteau, líder mundial en su campo ya en aquella época, que trabajaba en el sur de Francia. Honor trabó una fuerte amistad con Frédéric Dumas, asistente de Cousteau, que se convirtió, además, en su mentor.
Su primer buceo arqueológico tuvo lugar en el naufragio del barco romano Anthéor, después rebautizado como Chrétienne A, en la costa sur de Francia, de la mano del propio Dumas. Después ella siguió desarrollando y consolidando sus aptitudes como arqueóloga, aunque en tierra, junto al equipo de Kathleen Kenyon en Jericó, como encargada de plasmar los descubrimientos en dibujos.

Honor se dio cuenta en seguida de que la arqueología en tierra no era suficiente para ella, aunque consideraba que muchas de las habilidades que había adquirido en esa época podrían adaptarse a la arqueología submarina, y las aprovechó para el registro de los hallazgos en muchos de sus siguientes trabajos.
Cuando terminaron sus excavaciones en Jericó, se trasladó a Líbano y allí exploró, bajo la dirección del Instituto Francés de Arqueología de Beirut, los antiguos puertos de Byblos (considerado el puerto más antiguo del Mediterráneo), Sidón y Tiro, donde se acabó de afianzar su pasión por los puertos y, sobre todo, por las anclas de piedra.
Honor había visto algunas anclas de piedra en el templo de la edad de bronce de Byblos, y después encontró algunas similares en las costas cercanas. Para ella, las anclas antiguas tenían un papel crucial a la hora de identificar los barcos hundidos y de entender o establecer los patrones de comercio de la época.

José M. Ciordia, CC BY-SA 4.0 https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0, via Wikimedia Commons
Su curiosidad la llevó a explorar la costa sur de Turquía y, en 1957, se fue a Bodrum, entonces un pequeño pueblo al cual solamente se podía acceder por un camino polvoriento, con su Aqualung® (invento de Jacques Cousteau y Emile Gagnan, consistente en un sistema de respiración autónomo con un regulador a demanda -escafandra autónoma-). Allí conoció a dos buceadores con ideas similares a las suyas, el americano Peter Throckmorton y el turco Mustafa Kapkin. Entre los tres alquilaron un esquife y descubrieron un antiguo pecio.
Además de fotografiarlo, Honor, tuvo el acierto de aplicar las técnicas aprendidas en Jericó para hacer un plano detallado del sitio. Esta fue la primera excavación de este tipo en la que se emplearon técnicas arqueológicas sistemáticas por parte de buzos arqueólogos, y tuvo una gran importancia en el desarrollo de la arqueología submarina como una especialidad científica, es decir, esta fue la génesis de la arqueología subacuática como la conocemos.

Honor también participó en el proyecto patrocinado por la UNESCO para explorar los alrededores de lo que fue el Faro de Alejandría en 1968, y fue ella quien identificó los restos del palacio hundido de Alejandro y Ptolomeo, poniendo de manifiesto la importancia histórica e internacional de aquellas ruinas.
En colaboración con las autoridades sicilianas y la British School de Roma, dirigió las excavaciones y recuperación de un navío utilizado por los cartagineses que, se cree, fue hundido en la Batalla de las Islas Egadas, en el 241 a.C., la última batalla de la Primera Guerra Púnica.
Durante varios años ella y su equipo trabajaron en el terreno. Finalmente el barco, conocido como “La Nave Punica”, fue restaurado para ser expuesto en un museo local, el museo archeologico regionale Lilibeo Marsala – Baglio Anselmi, donde también se encuentra expuesta desde 2019 la nave encontrada en 1999, conocida como Nave Romana di Marausa.

La línea esbelta y las características del fondo del casco de La Nave Punica lo identifican como un barco de combate a remo, de 35 m de eslora y 4,80 m de manga, para unos 68 remeros. Se conservan la popa y el costado. Los signos del alfabeto fenicio-púnico, grabados y pintados en el entablado, permitieron reconocer la técnica de construcción naval de los trabajadores púnicos.
Además de su trabajo de campo, Honor trabajó muy activamente en el desarrollo y reconocimiento de la arqueología marina como disciplina científica: fundó el Consejo de la Arqueología Náutica, formó parte durante años del Consejo de la Sociedad para la Investigación Náutica y participó en la creación de la Revista Internacional de Arqueología Náutica en 1972.
Mantuvo un contacto activo con académicos y marinos para asegurarse de que mantenían los altos niveles de exigencia que ella aplicaba a su trabajo. En 1969 fue nombrada socia de la Sociedad de Anticuarios de Londres, y en 2002, ciudadana honoraria de Marsala y miembro honorario del Lions Club de Marsala.

En los últimos años de su vida, Honor decidió invertir sus esfuerzos en una fundación que trabajase por promover la arqueología submarina, especialmente en el este del Mediterráneo. Además de eso estaba, todavía a los 92 años, planeando un viaje a la India, donde nunca había estado, y donde esperaba poder ver una de las más grandes anclas de piedra del mundo. No llegó a poder hacer ese viaje.
Tras su muerte, en septiembre de 2010, su colección fue subastada en la galería Sothebys, y todo lo recaudado fue dedicado al funcionamiento y los proyectos de la fundación que aun hoy lleva su nombre, la Honor Frost Foundation.
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Laura Alonso es Ingeniera Naval y Oceánica por la UDC. Viguesa de nacimiento, Ferrolana de adopción. Dedicada al Apoyo Logístico Integrado, la Gestión de la Innovación y el continuo aprendizaje por vocación. Puedes conectar con ella a través de Twitter o LinkedIn.
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Laura Alonso es Ingeniera Naval y Oceánica por la UDC. Viguesa de nacimiento, Ferrolana de adopción. Dedicada al Apoyo Logístico Integrado, la Gestión de la Innovación y el continuo aprendizaje por vocación. Puedes conectar con ella a través de Twitter o LinkedIn.
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Información muy recomendable…
Gustavo woltmann….
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