A Olga Lago, trabajadora de la fábrica de Rafael Tapias en Guixar (Vigo)
Cada 28 de marzo se celebra en Vigo el día de la Reconquista, que conmemora el alzamiento popular que, en el contexto de la Guerra de la Independencia Española, ocurrió en la ciudad en 1809, cuando los vigueses consiguieron expulsar a los franceses de Napoleón, convirtiéndose en la primera villa de Europa en lograrlo. Por estos hechos, el rey Fernando VII otorgó a Vigo en 1810 el título de ciudad fiel, leal y valerosa. Y por eso hoy contamos una historia más local.
Esta historia tiene dos vertientes que nos interesan… o tres: el origen de la industria conservera viguesa, que hunde sus raíces en Cataluña, el mundo del mar, que es nuestro tema principal, y el papel de las mujeres a lo largo de la historia de esta industria, todavía de gran relevancia en la comarca y con mano de obra eminentemente femenina.
En la historia de la conserva en Galicia, especialmente en Vigo y alrededores, aparecen nombres como Albo, Alonso, Curbera, Goday, Tapias, Massó, Serrats… Muchas de estas familias terminaron por estar relacionadas entre sí mucho más allá de los negocios, llegando a establecerse claras endogamias entre miembros de algunas de ellas.
En el libro «Las Familias de la Conserva. El sector de las conservas de pescados a través de sus sagas familiares» publicado por la Diputación de Pontevedra, la Fundación Cluster de Conservación de Productos del Mar y Anfaco-Cecopesca (Asociación Nacional de Fabricantes de Conservas de Pescados), se puede leer en detalle sobre estas relaciones y todo el entramado que acabaron creando… francamente enrevesado. Ese libro cuenta, además, con una extensa bibliografía que nos puede guiar a través de una historia de un par de siglos.
Pero lo más interesante son, en primer lugar, los orígenes de algunas de estas familias (claramente divididos entre fomentadores -foráneos- y patrianos -locales-) y empresas y, en segundo, el impacto que tuvieron en la sociedad gallega a lo largo de sus años de historia.

En cuanto a los orígenes de los fomentadores, los Curbera, por ejemplo, eran una familia procedente de Arenys de Mar que, al parecer ya se encontraban en Vigo en 1787. Uno de los Curbera capitaneaba en 1829 un bergantín de la familia Tapias, también catalana, y este es uno de los ejemplos de familias que acabaron emparentadas. Por su parte, los Serrats, aunque llegaron a Vigo ya en torno a 1909, procedían de L’Escala. También los Goday, otra de las marcas más emblemáticas de la ría, procedían de Cataluña, en concreto de Canet de Mar, y en 1802 estaban ya en Vilagarcía de Arousa. Los Massó, por su parte, procedían de Blanes.
Con todo esto, la verdad es que los apellidos catalanes no son extraños en el callejero de Vigo, por ejemplo o, en su día, en la vida política de Bueu.

Otro de los factores comunes que tenían todas estas fábricas era la mano de obra, eminentemente femenina, una realidad que persiste hasta el día de hoy, con ratios que superan el 80%, y que es uno de los factores clave para entender la evolución de ese sector.
Aunque la mayoría de las empleadas fuesen consideradas mano de obra no cualificada, se encontraban en los inicios 4 categorías preeminentes:
- Auxiliares y pinches, menores de 18 años que llevaban a cabo tareas sencillas.
- Oficialas de segunda, que podían ejecutar las tareas sin necesidad de asesoramiento.
- Oficialas de primera, mayores de 21 años o con más de 2 años de experiencia en el sector. Podían estar a cargo de máquinas y dominaban todo el proceso productivo.
- Maestras obreras, las más expertas y mejor pagadas, que realizaban tareas tanto de adiestramiento de las nuevas incorporaciones como de control de procesos, o bien las tareas más delicadas, incluso en otras secciones de la empresa aparte de la propia elaboración.
La diferencia salarial entre hombres (cuya presencia era minoritaria pero ligada a puestos de mayor cualificación o mayor estabilidad) y mujeres se mantuvo en la industria conservera a lo largo, sobre todo, del primer tercio del siglo XX, y los principales factores diferenciadores eran la formación, la segregación ocupacional, la escasa valoración social del trabajo femenino, y la casuística de los «contratos implícitos» o verbales en muchos casos para ellas, es decir, no contaban con un contrato laboral como tal.
Por otro lado, cuando las mujeres se casaban y tenían hijos, en muchas ocasiones dejaban su puesto de trabajo o pasaban de ser «obreras diarias», que eran las que, por norma, trabajaban de manera continuada, a ser eventuales (trabajaban cuando había picos en la carga de trabajo).
Así, los fabricantes se sirvieron de un trabajo femenino sin mejores alternativas de trabajo y mano de obra muy barata y muy adaptable, tanto a la estacionalidad de la pesca como a la premura de su procesado.
A partir del segundo tercio de siglo, la presencia de la mujer se fue extendiendo a algunos puestos administrativos con un carácter más estable, pero las diferencias laborales más sangrantes (en lo que a ingresos se refiere) comenzaron a reducirse realmente ya entrada la década de 1970 e incluso 1980, aunque la lucha obrera estaba muy presente en el sector desde finales del siglo XIX.
Aun así, hay figuras femeninas que destacan especialmente. En un primer momento, casi todas relacionadas con las familias propietarias de las fábricas como, por ejemplo, Fermina Alonso Lamberti, claro ejemplo de la endogamia imperante (Lamberti por parte de madre, Alonso Santodomingo por parte de padre, casada con Curbera, madre de los Curbera Alonso, suegra de Javier Sensat Curbera -sobrino de su marido- …) y que en 1940 aparece como Presidenta del Consejo de Administración de Hijos de Curbera S.A.

Fermina tuvo un papel muy relevante más allá de su rol de esposa de un empresario conservero, tanto, que la Unión de Fabricantes de Conservas de Galicia la nombró vocal honoraria en 1929, un hecho inédito en la historia de la asociación. En 1968, Fermina donó al Ayuntamiento de Vigo más de 13.000 m² de la llamada Dehesa de la Guía, y por ello se le concedería la Medalla de Oro de la ciudad el 19 de mayo de 1973.
Pero otra de las figuras más representativas, aunque su tarea era muy transversal a las tareas propias de la industria conservera, es la de Ana María Soto Landeira, una viguesa nacida en 1921 que comenzó a trabajar como asistenta social en la conservera de Massó en los años 50 del siglo pasado.
Ana María estudió Magisterio en Santiago. Al inicio de su carrera daba clases a los hijos de familias con escasos recursos económicos y también daba clases a marineros que no sabían leer ni escribir pero, a través de un jesuita, conoció la figura de los asistentes sociales y decidió seguir ese camino.
Se formó en la Escuela de Trabajo Social de Madrid cuando todavía ésta era una materia que pocos conocían o valoraban, es más hasta 1966, no se reconoció en realidad el título de asistente social y, de hecho, Ana María fue la primera asistente social de Galicia.
De nuevo «en casa» y con su nuevo título bajo el brazo, Amalia Bolívar le presentó a su marido, el empresario Gaspar Massó, y éste la aceptó en su conservera de Cangas, donde comenzó a trabajar en 1955, y a esa tarea dedicaría prácticamente toda su vida profesional.
Ana María, que acabaría siendo conocida como «la Señorita de Massó», visitaba, como parte de su trabajo, las casas de las trabajadoras para conocer su situación familiar y después darla a conocer a la empresa para, por ejemplo, seleccionar a aquellas familias que más necesitaban una de las viviendas que la empresa ponía a disposición de su fuerza laboral.
Otra de las situaciones en las que solía intervenir era el acompañamiento en temas de salud, especialmente en visitas médicas, de cara a asegurar una mejor interpretación de las recomendaciones de los facultativos, o bien en el asesoramiento en las reincorporaciones al trabajo después de una baja. Dado que los trabajos desarrollados eran muy exigentes físicamente, una de sus tareas era la de asegurar que esa vuelta fuese en las condiciones adecuadas, incluyendo vueltas al trabajo graduales o incluso posibles cambios a puestos de que exigiesen un esfuerzo físico algo menor. De esta manera, se evitaron múltiples recaídas o bajas más largas.
Gaspar reconocería en una conferencia en 1965 que, a pesar de sus reticencias iniciales a contar con una asistente social, con el tiempo se había dado cuenta de la necesidad de contar con ese tipo de perfil en plantilla.
Una de las primeras propuestas de Ana María fue la de dotar a la fábrica de una guardería con pediatra, además de conseguir que las mujeres pudiesen disponer de media hora durante su jornada laboral para lactancia. Además de este servicio, impulsó la creación de un comedor social y de un economato, así como el proyecto de la construcción de viviendas sociales dentro del propio complejo industrial.
En el plano educativo promovió la organización de clases para disminuir el índice de analfabetismo del personal y también ayudó a tramitar becas de estudio para los hijos de los trabajadores que estudiaban en la “Escuela del patronato de Massó”, siendo muchos los niños y niñas que pasaron por la institución, situada en el antiguo hotel del complejo industrial en Cangas.
Y toda esta labor se vio recompensada, ya que a Ana María la ascendieron de categoría, pasando a desempeñar labores de administradora. Sus contribuciones sirvieron para convertir a Massó en una empresa modelo de aquel tiempo, un modelo que seguirían tiempo más tarde compañías como la químico- farmacéutica Zeltia, o los astilleros Vulcano o Barreras, que apostaron por la contratación de asistentas sociales.

Ana María fue, a la vez, cofundadora de la Escola de Ensino Social de Galicia, integrada actualmente en la Universidad de Santiago y recibió el premio a la mejor asistente social del año 1963.
Además de su labor profesional, Ana María también se comprometió con asociaciones como Aldeas Infantiles y con el Hogar y Clínica San Rafael de Vigo, un centro dedicado al cuidado de niños con discapacidades intelectuales, y con la Asociación María Auxiliadora, dedicada a las personas de todas las edades que viven en riesgo de exclusión social. Aunque estas no fueron las únicas.
En el año 2010 fue homenajeada por la Asociación Cultural A Cepa de Cangas, y también por el Ayuntamiento de Bueu, en la Gala de la Igualdad dedicada a las mujeres que trabajaron en las conserveras de la localidad, y ya en 2016 el Ayuntamiento de Cangas la reconoció como su hija adoptiva.
Anita, “la señorita de Massó”, falleció el 22 de abril de 2019, a los 98 años, y está enterrada en un cementerio de Vigo donde se encuentran personalidades como Concepción Arenal, Antonio Sanjurjo Badía (inventor del submarino de Sanjurjo), José Barreras Massó (fundador del Astillero Barreras), o Bernardo Alfageme y varios de los Curbera (empresarios de la conserva).
Para saber más: Tres documentales de mujeres del mar que os recomendamos ver, por Canthynnus
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Laura Alonso es Ingeniera Naval y Oceánica por la UDC. Viguesa de nacimiento, Ferrolana de adopción. Dedicada al Apoyo Logístico Integrado, la Gestión de la Innovación y el continuo aprendizaje por vocación. Puedes conectar con ella a través de Twitter o LinkedIn.
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